viernes, 15 de abril de 2016

Consejos prácticos para amaestrar chapulines

¨ El centro del amor no siempre coincide con el centro de la vida.¨ Roberto Juarroz.

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Cuando Raíza se despidió de sus mascotas, apenas eran las 4 de la tarde, en la plaza unos jóvenes estaban fumando y un señora pasaba con una cubeta medio llena de agua para regar las plantas. No es de extrañarse que el policía de la farmacia estuviera en su habitual hora de siesta, las 4 de la tarde, la hora del día con menor venta de medicinas, según las estadísticas, pero a esa hora, ni Raíza se percataría que estando callado el chapulín, significaban enigmas de cualquier tipo.
El hombre que nadie vio llegar, entró por el patio ancho de la puerta que da a la iglesia, era un tipo muy feo, y no solo de presencia, sino feo de alma también, algunos coinciden en que era Ramón ¨doble feo¨, el man que regentó por muchos la tienda de abarrotes de Seboruco y que apañaba las carencias de los arrieros de los páramos aledaños, con créditos chiquitos a la manera de una tienda por departamento que me dijo mi abogada que no nombrara, por aquello de los “Panamá Papers”. La puerta principal que el hombre atravesó, era de madera de roble, una puerta enorme que para instalarla tuvieron que pedir ayuda al cuerpo de bomberos, la puerta estaba tallada con motivos campesinos, una mula; unas enjalmas y una escena de caza que no representaba en nada al lugar, pero se veía bonita, se podían distinguir unos marajás desnudos sobre elefantes tratando de alcanzar a unas vacas cornudas con lanzas de tres picos.

Chernóbil, Torcuato y Alexandro, no se mostraron inquietos ante esa presencia, ni ladraron, sólo el gato que no tenía nombre se escabulló por los tejados como si hubiera visto una culebra o un pepino. Raíza alcanzó a escuchar el chasquido pero le restó importancia, no podía perder más tiempo, si no, la dejaba el autobús. El Hombre, entró a la cocina y tomó una taza de barro con estrías marcadas y un dibujito de la Pantera Rosa, el asa era más grande de lo que suelen ser las asas de las tazas de barro, con unos colores muy chillones y con el borde aserrado, como para que nadie bebiese ahí jamás.

El hombre se dirigió al tinaco de la mesa y se sirvió completo el guarapo que quedaba, un cunche, y las demás esporas que se forman al fermentar el liquido. Bebió dos veces, se limpió la sangre de los labios y suspiró. Esa noche debía cumplir la misión más terrible que le habían encomendado, despescuezar la gallina y desplumarla. El chapulín volvió a grillar y los de la plaza se fueron a sus casas, el hombre, doblemente cansado evitó volver a beber de la taza de barro y se retiró como había llegado, como una sombra, sin que Raíza lo advirtiera.

A las 5 de la tarde el policía se santiguó al ver entrar al hombre a la farmacia, “una curita por favor…” Ahí comprendió que el amor suele ser de una materia tan oscura como la noche, como todas esas cosas que no se ven, pero que uno sabe que están allí, pero eso sí, los besos han de doler hasta la madre, y lo que no es de uno, ni para qué buscarlo.


A las 6 se escuchó el primer llamado, y todos corrieron a la casa grande, los esperaba un caldo de gallina y la promesa de que Ramón volvería a acallar los chapulines para saber que algo podría pasar en ese pueblo donde ni Raíza estaba a salvo.

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