Hubo un tiempo en que solía abrirle la puerta a
todos los que a ella llamaban, no contábamos con la mirilla mágica, solo
pecábamos de buena fe, y esa buena fe nos acompañó por muchos años, y gracias a
eso, conocimos a Hernán, un testigo de Jehová que todos los sábados tocaba la
puerta y nos acompañaba a comer sancocho de res.
La historia comenzó cuando Hernán se apareció
un día en que todos estábamos ocupados preparando la comida y como es costumbre
lo corrimos con un portazo en la mera cara, pero él, perseverante, volvió a
tocar y se ofreció a entretener a los críos mientras estaba la comida, “miren
lo que tengo” y sacó varias figurillas hechas de papel, Hernán sabía
papiroflexia, claro, todas las figurillas estaban hechas con las páginas de la
revista Atalaya y otras tantas con la revista “Despertar ”
Mis hijos se veían cada vez más encantados con
las figuras que Hernán les regalaba, dinosaurios, un barco persa, vaquitas de
mar, aviones supersónicos y hasta árboles de todas formas. Cada Sábado,
Graciela y Miguel esperaban impacientes en la puerta de la casa a que Hernán
llegara con sus figuras, y lo sorprendente era que cada vez eran totalmente
diferentes. Los niños jugaban inocentemente entre semana y todos en casa éramos
felices de que esto les estaba ayudando a mejorar su conducta. Un día me pidieron que hiciera una repisa
para poner su colección de papiroflexia, ellos se iban a dormir después de
jugar y todo quedaba en silencio, pero, algo inusual comenzó a suceder. Una
noche encontré un par de figuras desechas, me percaté que era una hoja de
Atalaya, no pude evitar leer el titular “ El camino al reino de los
cielos” Esto me perturbó un poco, porque
daba la impresión de que alguno de mis hijos había estado leyendo ese material
proselitista sin mi consentimiento, le resté importancia y me fui a dormir.
Pasaron los días y seguía encontrando más
figurillas desechas, todas sobre la mesa en bulto como formando un libro, lo
sorprendente es que los dinosaurios, y los perros y los pterodáctilos de la
repisa también parecían aumentar con el tiempo. No pude evitar interrogar a mis
hijos y pedirles explicaciones. Ellos asintieron con la cabeza y Miguel al ver
que comenzaba a enojarme, me recitó un pasaje bíblico, “El hombre
iracundo promueve contiendas; Más el que tarda en airarse apacigua la
rencilla” No puedo explicarles lo que sentí en ese momento, yo que siempre defendí
los dogmas católicos, estaba ante una encrucijada, mis hijos me habían
desobedecido, mi familia estaba a punto de desmoronarse, yo estaba decepcionado
por haberle fallado a mi abuela pancha quien me pidió hasta el cansancio que
pusiera el letrero en porcelana, ese que dice “ Aquí somos católicos, amigos
del Papa, no insista”
Hoy en día, apenas me topo con mis hijos y les echo la bendición,
cuando los veo de puerta en puerta acompañando al Viejo Hernán en su labor
evangelizadora, ellos también aprendieron papiroflexia, cosas de la vida...
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